Misión de Tabernáculo Ebenezer

Jesús también les encomendó a sus seguidores que predicaran a todo el mundo el evangelio del Reino de Dios  (Marcos 16:15; Mateo 24:14).

Predicar las buenas nuevas del evangelio del reino  de Dios a toda persona; para luego afirmar, consolidar, alimentar, sanar, equipar y restaurar a cada individuo que ha conocido a Jesús, para que sirva en la obra del ministerio y en el reino de Dios.

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Misión - Tabernaculo Ebenezer Cofradía

Jesús también les encomendó a sus seguidores que predicaran a todo el mundo el evangelio del Reino de Dios  (Marcos 16:15; Mateo 24:14).

Predicar las buenas nuevas del evangelio del reino  de Dios a toda persona; para luego afirmar, consolidar, alimentar, sanar, equipar y restaurar a cada individuo que ha conocido a Jesús, para que sirva en la obra del ministerio y en el reino de Dios.

La misión no es producto de la invención humana; tiene su origen en la mente y en el corazón de Dios; pertenece a la esfera de su propósito soberano, infalible e inmutable.  Dios toma la iniciativa para la salvación del ser humano desde antes de la fundación del mundo (Ef. 1:3-7). La misión de la Iglesia está establecida en el ministerio y las enseñanzas de Jesús. El núcleo de su mensaje fue la proclamación del reino de Dios y que éste ya se había acercado (Mr. 1:15).

 

Ese reino traía consigo una gran novedad: el año agradable del Señor (Lc. 4:15-21). Disponible para todos aquellos que le reconocieran como el Salvador e hicieran su voluntad. Una nueva manera de ejercer la justicia de Dios estaba a favor de los niños, las mujeres, los pobres, los necesitados, los  marginados, los olvidados, los sufrientes.

 

La misión de la Iglesia proviene de su condición de Cuerpo de Cristo y de la Comisión recibida de proclamar las Buenas Nuevas del reino a toda criatura (Cf. Mt. 28:19-20)

 

Cristo comisionó esta tarea a sus discípulos: “Así como me envió el Padre, así también yo os envío” (Jn. 20:21)

 

La Iglesia al ser enviada al mundo no está desprotegida, Cristo equipó a su Iglesia con todos los dones del Espíritu necesarios para su ministerio (Hch. 1:8)

El ministerio de Jesucristo y su manifestación, es el modelo de la iglesia en la tierra. Él, en su amor por la humanidad, se valió de muchas maneras para revelar el amor de Dios al mundo: perdonando, sanando, echando fuera demonios, enseñando, proclamando, denunciando, testificando ante los tribunales y finalmente entregó su vida.

La Iglesia tiene ese camino que recorrer para desarrollar su misión; debe responder a situaciones y circunstancias cambiantes.

Si la Iglesia es el cuerpo de Cristo, creada y sustentada por el Espíritu Santo, debe ser UNA para dar testimonio de unidad y amor ante el mundo. Lamentablemente, la historia de las iglesias manifiesta muchas traiciones a esta vocación suprema: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17:21)

La misión y la iglesia deben ser una, esa es la demanda del Señor. Basta recordar las palabras del apóstol Pablo: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Ef. 4:11-16).

 

Y Jehová me respondió, y dijo: Escribe la visión, y declárala en tablas, para que corra el que leyere en ella. Aunque la visión tardará aún por un tiempo, más se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará. — Habacuc 2:2-3